Este rey, harto de los placeres de la vida mundana, se hundió en la melancolía y el aburrimiento.
Entonces convocó a su ministro, el arquitecto Lao y se quejó de su malestar, del sufrimiento y del hastío y le ordenó:
- ¡Construyeme el más formidable laberinto jamás imaginado!
En siete años quiero verlo edificado en esta llanura que hay ante mi y luego marcharé a conquistarlo.
Si descubro el centro serás decapitado.
Si me pierdo en él reinaras sobre mi imperio.
Sin embargo, el arquitecto reemprendió el curso de sus actividades habituales y pareció olvidarse del encargo.
El ultimo día del séptimo año, el emperador Yang llamó al arquitecto y le preguntó donde estaba aquel laberinto, el más formidable nunca soñado. Entonces, Lao le ofreció un libro diciendo:
- Aquí lo tienes, es la historia de tu vida. Cuando hayas encontrado el centro, podrás descargar tu sable sobre mi cuello.
Así fue como Lao conquistó el imperio de Yang, pero evidentemente rehusó el cetro y el poder, puesto que poseía algo más valioso: sabiduría.
Aplícate el cuento.